ASAMBLEA PARROQUIAL, 14 de Octubre de 2005
¡TU ROSTRO BUSCARÉ, SEÑOR!
-Segunda línea de acción del Plan Pastoral Diocesano-
Curso 2005-2006
1. Comunidades contemplativas.
El gran reto que nos piden los hombres de nuestro tiempo no es « hablar » de Cristo, únicamente, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá nuestro cometido reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? Por eso, los creyentes del siglo XXI tenemos que ser los primeros contempladores de su rostro ya que nadie da lo que no tiene.
A esta contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14).
2. Comunidades en caminos de santidad.
Esta dimensión contemplativa del Misterio de Cristo, vivido y celebrado en la Iglesia, a través de los sacramentos y la vida de oración, conduce a la comunidad parroquial a vivir y expresar el Evangelio como único programa pastoral. No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad .
Y este camino pastoral no es otro que el de la santidad .
Y como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, no se trata de vivir una vida estraordinaria, practicable sólo por algunos «genios ». Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno .
3. Comunidades que aprenden y enseñan a orar.
Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración. Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos: « Señor, enséñanos a orar » (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: « Permaneced en mí, como yo en vosotros » (Jn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial,17 pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas .
4. Comunidades de Testigos.
El hombre contemporáneo « escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan es porque dan testimonio ». Por consiguiente, hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta es un requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de dar de nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y comunitarios, de vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la verdad y la gracia a través de la proclamación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos; es necesario que sean acogidas y vividas en cada circunstancia concreta, en el modo de ser de los cristianos y de las comunidades eclesiales . Si no lucimos es porque no ardemos.
5. Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: gran desafío para ser fieles al designio de Dios y responder a las profundas esperanzas del mundo.
¿Qué significa todo esto en concreto? También aquí la reflexión podría hacerse enseguida operativa, pero sería equivocado dejarse llevar por este primer impulso. Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como « uno que me pertenece », para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un « don para mí », además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente. En fin, espiritualidad de la comunión es saber « dar espacio » al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento.
6. Comunidades que celebran lo que viven.
Es urgente que en la Iglesia se reavive el auténtico sentido de la liturgia. Ésta, como han recordado los Padres sinodales, es instrumento de santificación, celebración de la fe de la Iglesia y medio de transmisión de la fe. Con la Sagrada Escritura y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, es fuente viva de auténtica y sólida espiritualidad. Con ella, como subraya certeramente también la tradición de las venerables Iglesias de Oriente, los fieles entran en comunión con la Santísima Trinidad, experimentando su participación en la naturaleza divina como don de la gracia. La liturgia se convierte así en anticipación de la bienaventuranza final y participación de la gloria celestial.
Para ello se necesita un gran esfuerzo de formación. Ésta se orienta a favorecer la comprensión del verdadero sentido de las celebraciones de la Iglesia y requiere, además, una adecuada instrucción sobre los ritos, una auténtica espiritualidad y una educación a vivirla en plenitud.[121] Por tanto, se ha de promover más una autentica « mistagogía litúrgica », con la participación activa de todos los fieles, cada uno según sus propios cometidos, en las acciones sagradas, especialmente en la Eucaristía
7. Comunidades que viven lo que celebran.
Acoger cotidianamente con renovado frescor el don de la caridad que Dios nos ofrece y hace capaz. Aprender el contenido y la dimensión del amor. Que seas la Iglesia de las bienaventuranzas, siempre en conformidad con Cristo (cf. Mt 5, 1-12). Que, libre de obstáculos y dependencias, seas pobre y amiga de los más pobres, acogedora de cada persona y atenta a toda forma, antigua o nueva, de pobreza. Purificada constantemente por la bondad del Padre, reconoce en la actitud de Jesús, que ha defendido siempre la verdad mostrándose al mismo tiempo misericordioso con los pecadores, la norma suprema de tu actividad. En Jesús, en cuyo nacimiento se anunció la paz (cf. Lc 2, 14); en Él, que con su muerte ha abatido toda enemistad (cf. Ef 2, 14) y nos ha dado la paz verdadera (cf. Jn 14, 27), hazte artífice de paz, invitando a tus hijos a que dejen purificar su corazón de cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo, favoreciendo en toda circunstancia el diálogo y el respeto recíproco. En Jesús, justicia de Dios, nunca te canses de denunciar toda forma de injusticia. Viviendo en el mundo con los valores del Reino venidero, serás Iglesia de la caridad, darás tu contribución indispensable para edificar en Europa una civilización cada vez más digna del hombre .